Divertimento conyugal #1 (Fragmento de «Lagartijas para ti, amor mío»)

“La vida conyugal” (Roger De la Fresnaye - 1913)

“La vida conyugal” (Roger De la Fresnaye – 1913)

Tras una caída libre desde la luna le quedan varias secuelas de múltiples colores. La noción del tiempo, como en los sueños, se le volvió plastilina. Amasaba un pedazo, tratando de construir una torre Eiffel del tamaño de un bollo, cuando su mujer volvió de la tienda cargada de huevos y leche. En la despensa no faltaba nada, sólo huevos y leche que es lo más apetecido por los moradores de la comarca.

Traje esa lata de fríjoles hace meses y nadie le para bolas. Al paso que vas, sin comer fruta, acabarás haciendo popó en una bolsa colgada del estómago. Te lo digo porque a mi papá le pasó lo mismo, te acordás, que la falta de fibra lo llenó de durezas y gases. Otra vez no. No quiero volver a andar por ahí de la mano con un artefacto explosivo de mediano poder.

Me comí un limón. A media mañana me comí un limón. Y si el limón no es una fruta, fracasó lo que mis padres invirtieron en mi educación primaria. Es que te preocupas demasiado. Tu papá estalló porque era un viejo acumulador y tacaño. Tanto acaparó que se murió acumulando plata, mujeres, hijos, tierra y pedos. Eso lo mató, mujer, y no la falta de frutas en la dieta, que yo lo vi echándose al buche las más delicadas guayabas de la finca de Sotará. Poético final para tu papi, recuerda que Sotará es la tierra de los vientos.

Te comiste un limón, valiente gracia, Estoy a punto de sentarte con las niñas para que juntos amasen plastilina todo el día. ¿No podías escoger otro pasatiempo? Conozco jubilados decentes que hacen crucigramas o remodelan la casa. Mi tío Alberto aprovechó sus últimos años escribiendo sus memorias.

Estoy haciendo la torre Eiffel de memoria, eso debe contar. La conocí a los trece años y luego la volví a ver en una película de Supermán. Además, tu tío Alberto era un mal escritor. De pronto creyó que por tener plata podía comprarse el talento. Y recuerdo muy bien esas memorias que son un compendio de burradas en sol mayor, tan cansonas como todo lo que toca leer en la escuela. Porque sólo le compraron el librito en la gobernación para repartirlo como texto obligatorio de los escolapios. Eso no es ocupar el tiempo libre; es tortura y, en la mayoría de legislaciones, tiene duras penas.

Tú y tu cinismo…

No señora, el cínico (término de etimología griega), es el que vive como perro. Yo vivo como humano y Firulais, como perro. No ando por ahí lamiéndome las bolas, ni masticando esas horribles peloticas de concentrado. Firulais, a su vez, nunca trajo dinero para el mercado.

Firulais… ¿Qué culpa tiene el perrito de tu soberana afición a la pendejada?

Ah, ¿Qué culpa tiene el tomate…? Cuéntame, a quién le hago daño con mis figuritas de plastilina, con mi merecido retiro, con mi incurable cinismo. ¿Acaso te ha faltado algo?

La mujer cerró la boca como masticando un trozo de orgullo muy grande y gordo. La torre Eiffel estaba lista, cuando el caído de la luna empezó a devorarla con ademanes de sibarita. Volvió a empezar.

 

La artista del trapero

Imagen de Jan Saudek

Imagen de Jan Saudek

Asterisco

El museo de arte moderno de Montepío anuncia, ante los medios locales, el robo de una de sus piezas más valiosas. El cuadro, titulado “Soledad frente a la ausencia de playa”, era una temprana muestra de la obra del aclamado artista montepiano, Nicolás Manfeatherless, de origen británico. Aquella mañana se convocó a una rueda de prensa, para asegurar la presencia de los periodistas de la región, abundante en café con leche y colaciones varias. Se explicó, mediante la lectura de un escueto comunicado, que la señora de los tintos descubrió la ausencia de la pieza y dio parte inmediato a las autoridades.

El profesor Quintín Coral aderezaba sus almojábanas del desayuno con altas dosis de queso crema, cuando recibió la llamada.

¿Quién era?, preguntó la hermana menor que acababa de planchar la falda del colegio. La policía, el museo o ambos. Que se robaron ‘La soledad’ de Manfeatherless y quieren que les sirva de perito. ¿Eso es bueno, Quintín? Depende. Estos cabezotas de las fuerzas del orden no saben ni pío. ¿Qué tal que llamen de perito al mismísimo ladrón? ¿Te lo robaste, Quintín? Cómo se te ocurre, gran pendeja. Cosas que se le atraviesan a uno por la cabeza.

Pero aquella frase tenía su razón de ser, porque Quintín Coral, profesor de historia del arte en la Universidad de Montepío (fundada en 1830 por el mismísimo general Antolín Balacera), acababa de robarse ‘La soledad’ de Manfeatherless.

Asterisco, asterisco

¡Ramírez, baje ese teléfono y venga, revisemos lo que hay! ¡Voy, mi teniente! A Ramírez le dolía abandonar su partida electrónica de solitario. Léame la declaración de doña Lola, la de los tintos. ¿Con voz de señora o así, a lo machote? No sea imbécil, Ramírez.

(Con voz neutra): Siempre llego a barrer a eso de las seis. Sin embargo, algo no estaba bien. No, no, las chapas no estaban forzadas. Era otra cosa. Verá, yo estudié artes plásticas en la Universidad de Montepío y elaboré mi trabajo de grado justo con la obra de este pintor. Pues resulta que el cuadro no era el mismo. Ahí está, véalo. Parece, pero no es. Lo han falsificado.

¿No le parece raro, mi teniente? No confío ni poquito en esa señora. Muy extraño que una persona tan estudiada termine barriendo y sirviendo tintos de oficio. Y más raro que usted opine, Ramírez, cuando nadie le ha preguntado. A usted no le pagan por emitir juicios. Ya parece usted policía. ¿Y entonces, qué somos, mi primero? Tiene usted razón, esta se la paso. Sigamos Ramírez. Ya no hay más. Hasta ahora es el único testimonio, aunque falta que se presente el profe este que llamamos de experto.

Asterisco, asterisco, asterisco

¿El sargento Ramírez? Sí, señor, mírelo allá al fondo. Es el narizón del teléfono en la mano. Mucho gusto sargento, Quintín Coral. Ah, qué bueno que llegó, acompáñeme.

Efectivamente, sargento, este cuadro es una muy respetable falsificación. Y sí, conozco a Lolita porque fue mi estudiante hace unos años. Podrían empezar las pesquisas por ahí, ya que es muy conocida su precaria situación y su encumbrado talento para hacer reproducciones. En mi clase obtenía puros cincos.

Nada qué hacer, Ramírez. Échele el guante a la tal Lola y a otra cosa, que trabajo es lo que tenemos…

Muy bueno el experto, mi primero. Eso fue medio ver el cuadro y pum, es falso. Eso sí, tiene maneras de artista… Es que es marica, Ramírez, acuérdese.

Asterisco, asterisco, asterisco, asterisco

Coral se fue con la satisfacción del deber civil cumplido y ansioso por viajar, lo antes posible, para poder refundir el cuadro robado en el mercado negro. En su juventud había hecho migas con un oscuro coleccionista quien le conseguía obras de contrabando a precios de saldo. Al llegar a su casa no pudo evitar la fantasía con las miles de cosas que iba a comprar con la venta de su delito.

Muy pronto, ese mismo día, el noticiero de las doce mostraba a un orgulloso sargento Ramírez, posando, con su teléfono en la mano, junto a la única sospechosa y recién capturada Lola, alias “La artista del trapero”. Este sobrenombre se le ocurrió a Ramírez, lo que le valió un merecido ascenso. Viendo la noticia, el profesor sonreía. Yo te dije, Lolita, que algún día tenía que llegarte la fama.

El encuentro del profesor Coral y su amigo contrabandista fue corto y a cien kilómetros de Montepío, en una finquita de recreo en inmediaciones de Cazador, corregimiento del vecino municipio de Tierra de Oro. El hombre observó el cuadro y lo agarró como quien se ha untado de mierda.

Hombre, Quintín, me decís que te lo robaste y pusiste una copia en su lugar… Las palabras eran precisas, como las de una madre tratando de comprender la conducta reprobable de su retoño. Quintín Coral hinchaba el pecho con orgullo infantil. Sí, la copia la hice en dos meses. Luego, aproveché la inauguración de la exposición de mi buen amigo Lucio Tramacazo y reemplacé el botín.

Pues bien, mi querido profesor, resulta que esta es la octava copia de “Soledad en ausencia de playa” que tratan de venderme como cosa original. Y del mismo modo, con el relato de la hazaña de haberla robado del museo en Montepío. De hecho, el primero en venir, hace veintidós años, fue Nicolás Manfeatherless.

Popayán, 16 de febrero de 2016

El señorito inglés

Tomada de: matleal.wordpress.com

Tomada de: matleal.wordpress.com

El señorito inglés se pasea de un lado a otro tratando de no fumar. Lleva las manos en los bolsillos, apretando con firmeza los muslos velludos –los mismos que causan sensación en la piscina pública cada sábado- y silbando la línea de bajo de algún éxito que bien podría ser de Pink Floyd.

Camina con pasos, como todo el mundo, agigantados porque es de huesos amplios. Va del punto A hasta el punto B, describiendo un movimiento rectilíneo acelerado que se convierte en armónico simple cuando le invade su angustia de fumador en rehabilitación.

El viento sopla en contra, es decir, de B hacia A, y trae consigo el aroma del tabaco de varios sujetos (masas puntuales) que transgreden la prohibición. No se sabe si fuman por gusto o por subversivos, o simplemente hagan parte de un complot orquestado por el terrorismo para provocar una recaída del señorito inglés.

Manuel, así se llama, mide casi dos metros y proyecta una sombra en el piso con una luz incidente a treinta y ocho grados sobre su cabeza. Su cuerpo entero es el cateto opuesto al ángulo de su sombra con el piso, pero no se mide en radianes por aquello de la terquedad propia de los ciudadanos del imperio británico.

Cuando ya no soporta el ardor en las piernas saca las manos de los bolsillos del pantalón y las mete en la chaqueta, como si hiciera mucho frio, a pesar del fenómeno del niño que le trae el aroma del viento. Marlboro, tal vez Lucky Strike. No, es Lucky con absoluta certeza y en un giro de tiempo, imposible para la mecánica clásica, se ve a sí mismo aprendiendo a no ahogarse con las primeras caladas de un pucho que marea.

El último día en el colegio, antes de graduarse, y los gañanes del grupo, fumadores todos. Grandes, hombres, masculinos, pese a sus 17 recién cumplidos. De alguna manera hay que crecer, pensaba, y aspiró el Lucky recién encendido. Recuerda que vomitó hasta la última gota de vida y regresa hasta su ruta entre A y B (un poco más cerca de B). Pero es un regreso intangible porque siempre, o por lo menos todo este rato, estuvo moviéndose para llegar.

Sabe que verse a sí mismo haciendo cosas ya hechas se llama recordar. La caminata se le hace más leve si recuerda, pues reemplaza el entorno por vainas virtuales alojadas en la memoria, hasta el punto de sentir el tiempo pequeñito y ridículo. Recuerda, también, que estuvo sin fumar mucho tiempo, pero que las muertes en las que se vio involucrado le castigaron la voluntad hasta convertírsela en muñeca inflable para usar en la soledad de las noches de invierno.

Manuel tiene casi treinta años y una vida plena por delante. Acabó el bachillerato sin contratiempos y pelea con el mundo cada vez que se propone dejar de fumar.

Después de la primera muerte la frialdad de los saludos se volvió costumbre. Cuando el drama del homicidio no lo toca a uno directamente, la vida transcurre como si nada. Por eso, todo parece cotidiano, aún las bromas macabras sobre quién podría ser el próximo.

Cuando murió el primero no sabíamos que vendrían más. Total, era un tipo raro y solitario. De vez en cuando se acercaba a preguntar la hora o pedir lumbre. Manuel procuraba involucrarlo en nuestra charla, pero encendía su cigarrillo y volvía a un rincón a mirar, literalmente, para arriba. Verlo, casi con la misma expresión triste, tirado en el piso y botando sangre por el abdomen abierto, fue más conmovedor que otra cosa. De todos modos era un completo desconocido, a pesar de haber tomado los mismos cursos desde hace años.

Con excepción de mi abuelo, carcomido por el cáncer, no había visto un muerto tan fresco a tan corta distancia. Sigo creyendo que fue la falta de cercanía lo que me hizo avanzar hacia el cadáver y auscultarlo como un niño que acaba de desbaratar un juguete.

Uno sabe que hay cosas que no se deben hacer. Por ejemplo, tocar un muerto antes de que llegue la policía. Fue inevitable. Había que tenerlo muerto para poder preguntarle cosas y que no se fuera. Pero ni en esa situación pude saber algo; el muy raro siguió en las mismas y no contestó.

Las preguntas del primer patrullero que llegó se me antojaron obvias, pero necesarias: ¿Sabe por qué, quién y cómo mataron a este tipo? ¿Vio algo? ¿Y hace cuánto lo encontró?

Manuel, que se había quedado atrás, empezó a contestar cada una con ese tono tan británico que sólo él sabía usar. Lo mataron por raro o por maricón, creo yo, y lo encontramos hace dos horas, pero como la ley no aparece sino hasta cuando le da la gana…

El patrullero operó los botones de su radioteléfono.

***

Lo único seguro en esta vida es la muerte. Parece que los viejos llegan a reconfortarse en esta verdad y aceptan el destino sin mayor oposición. Pero la muerte sin aviso, apenas pasados los veinte y a causa de un cuchillo, nos ha puesto a revalorar el lugar que ocupamos en este mundo.

Por lo menos, yo estoy empezando a sentir que mi hora puede llegar en el momento menos pensado. Desde el asesinato del raro o ‘Misterio’, como le decíamos, dejamos de confiar en los demás y comenzamos a fingir una cotidianidad tensa y peluda, como una rata muerta.

Manuel se refugiaba en el sarcasmo y la risa de humor negro. Le pasaba lo mismo cuando tiembla la tierra o cada vez que lo roban yendo para su casa. ¿Y si se trata de un operativo para eliminar a los hombres guapos de la facultad? Ahí sí corremos peligro, Mauro, usted más que nadie, decía burlón y se le notaban en el cuerpo las ganas contenidas de ponerse a fumar. Claro que toca esperar a ver si aparece otro por ahí, con las tripas al aire, remató. Y yo quedaba con ganas de pegarle, pero me reía y abrazaba la taza de café haciendo de cuenta que tengo frío.

Pero el miedo a la muerte es normal si uno es humano. Más que el miedo, me fastidiaba la suspensión de las clases y los interrogatorios. No sé si sería mala suerte, pero al poco tiempo –una semana, tal vez- llegué al salón de álgebra lineal un poco más temprano, gracias a un relojito adelantado quince minutos.

Margarita, la diminuta profesora que nos quería como a sus hijitos, estaba tumbada bocarriba con el mismo harakiri del que fue víctima el raro. Bueno, por ahora, la hipótesis de Manuel acerca de un complot contra los guapos de la facultad parecía no tener fundamento. La profesora, a lo sumo, sería la primera en una cadena de exterminio sobre las mujeres feas. Es que era espantosa. Parecía un pajarito mojado por el rocío de la mañana. Tenía más de cincuenta años metidos en un metro y veinte de humanidad, pero eso no quita el hecho de que era un amor, término usado por las señoras cuando quieren decir que alguien es chévere y delicado.

Llegué preparado para las dos horas de acertijos matemáticos acostumbradas para los jueves. Me tomé el trabajo de resolver algunos la víspera para que la salida al tablero fuese menos vergonzosa. A la profe le gusta sentirse escuchada y le excitaba el orden en los cálculos con todo y líneas trazadas con regla.

Manuel y yo, aunque sea feo decirlo, éramos sus pupilos más avanzados. Necesitábamos muy poca nota para ganar la materia y hacíamos las veces de tutores de varios compañeros. Por eso, debo confesar que sentí cierta frustración al verla ahí tirada y cortada en canal. La sangre seguía brotando en un flujo constante, bajando por las baldosas y serpenteando hasta ensuciarme el zapato. Ahora la cara tenía buen aspecto. Después de todo no era tan fea. No sé si lo que le sentaba bien era el tono pálido de los cachetes o la mueca de dolor que tenía fija donde antes solía verse un pico de cucarachero.

Lo de las tripas se veía espantoso, pero al caer se le subió la falda dejando al descubierto un bonito par de piernas de pollo, flaquísimas, pero de buenas formas. Allí tirada, en posición decúbito lateral ya no tenía joroba.

Sentí culpa por experimentar una erección en ese momento y le agradecí al destino que Manuel no hubiese llegado antes.

De eso ya hace veintitrés años. Yo maté a los dos primeros y Manuel, sin darse cuenta, al último. Pero para pagar dos, lo mismo me da el tercero.

Manuel viene cada que se acuerda y me cuenta que está dejando de fumar. Creo que va por buen camino pues esa tos parece ser la del enfisema que le quitará el resabio para siempre. El resabio y otras cosas.

Con el raro, valga la redundancia, se sintió igual. Quién iba a pensar que un tipejo menudo y macilento como yo podría ganarle el tiro a uno más fuerte. Tenía curiosidad, ganas de averiguar quién era. Si no hablaba, entonces podía ver si las entrañas revelaban algo.

Pobre Manuel, siempre ha tenido un olfato tremendo para los problemas. Donde se para, ahí pasa algo feo. Cuando se desplaza, aparentemente, en condiciones ideales entre A y B o C o D, se encuentra con viento en contra. También los zapatos le arrastran por el piso tratando de vencer la fricción.

Me consta que quiere ser un tipo sencillo, un mero problema cinemático. Ansía poder existir sin considerar motivos o razones, pero viene Newton (siempre viene con gafas de aro y carro azul) y le suelta sus leyes para que las cumpla. Eso de la anarquía aplica muy bien para cosas distintas a las leyes del cosmos. ¿Ante quién se debe elevar una demanda para derogar la ley de la gravedad? ¿Quién fue el ponente? Bueno, la segunda pregunta se contesta sola, pero ¿Si no existiera el concepto, los cuerpos dejarían de atraerse?

He tenido tiempo de sobra para pensar en Manuel y su mala suerte. Cada vez que viene alcanzo a preparar el discurso, pero no le digo nada, tal vez por pena.

A la policía le pareció demasiada coincidencia que los que hallaron el primer cuerpo, estuvieran sentados viendo el segundo. Yo mismo hice las dos llamadas porque es un deber ciudadano dar parte a las autoridades. Sin embargo, se llevaron los cadáveres completos.

Con los datos suministrados, conteste:

¿Por qué estaban los dos sujetos en el salón si las clases habían sido suspendidas?

¿Qué hacía la profesora en ese sitio y a esa hora?

¿Cómo entraron a la universidad, dada la orden de cese de actividades?

Grafique sus respuestas.

Observaciones:

  • Se permite el uso de calculadora.
  • Tiempo máximo: 2 horas.
  • Todo intento de copia anula la prueba

 

Tríptico #1

Imagen tomada de secretwindowoffantasy.blogspot.com

Imagen tomada de secretwindowoffantasy.blogspot.com

Blancanieves

Muy aseñorada se levanta a las diez, tras ajetreada cuchipanda en los bajos de su residencia. Pálida como una mota de algodón. Flácida porque está en pijama y sin maquillaje. Espejito, espejito, dicen que dice con aquella voz pastosa de las recién resucitadas. ¿Quién es la más bonita?, remata con ganas de que la boca deje de saberle a cenicero. El espejo, como es obvio, no contesta, ni bobo que fuera.

Entra una mucama, tal vez la única que queda, y retira el salto de cama de los hombros lívidos de la mujer lívida que hace mucho no se pone lúbrica. ¿La señora quiere desayunar o primero hará sus pilates? Señorita, se demora más, pero se expone menos… Señorita, el baño está preparado.

En efecto, el baño en tina con sales esenciales está listo. Se mete despacio, zalamera, gimotea un poquito y arroja ajos a la mucama por cuestión de temperatura acuática. Sumerge todo ese monumento a la vanidad y deja que el agua le cubra la cara.

Como le falta el aire empieza a sobrarle imaginación. Un caleidoscopio y del fondo salen todos sus perritos de la infancia, los novios –a las buenas y a las malas-, la fiesta de anoche, de siempre, los abortos, el sol de medianoche.

La mucama entra. Mete las manos en la tina y sacude a la patrona. Nada qué hacer. Está morada y tiesa.

Y así es todos los santos días.

***

Caperucita

Hay dos formas de cruzar el bosque y llegar al refugio. ¿Una fácil y otra difícil? No, una larga y otra corta. Pero, la larga es más difícil. Eso es relativo aunque, en este caso, sí, es más complicado demorarse más. Y el paisaje es variado.

Me quedé sin ideas, gracias a la fabulosa crítica. Un pelele, que a lo sumo puede escribir su nombre, considera que escribo muy cortico y habla durante horas de lo que no sabe: leer.

Una mujercita repelente que osa cometer malos versos. Habla del siglo de oro y de la poesía decimonónica y trata de construir estrofas iguale. Se hace la sorda cuando le dicen que no piense, que no mida sus palabras, que haga poesía. Arruga la boca y se enoja cuando le dicen que sus versos saben a feo, que los lee feo, que no tienen alma propia.

Y que se enoje. Escribir no es para todos; es para nadie.

Sin embargo, sanos y salvos hemos podido salir de este bosquecillo de mierda. Mira, las luces de la ciudad.

***

Cenicienta

Cuando fue a la entrevista en el banco no se preocupó demasiado por el atuendo. Sabía cómo vestirse de tanto ver a la mamá arregladita todas las mañanas para ir al mismo lugar donde ella pretendía tomar su puesto.

Entró como si nada. La vida del empleado bancario es gris y no da para alzar la vista. Sólo la señora de los tintos se percató de su asombroso parecido con la recién jubilada cajera mayor. Le hizo caravanas y prodigó más de una sonrisa. Siga, siga, aspirantes por acá, decía mientras la empujaba con cariño hacia la oficina del gerente.

Nombre
Carolina
Estudios
Completos

Y demás cháchara propia de estas ocasiones.

El puesto era suyo: Llegó a la casa con resignada felicidad. Aguardaba el momento en que la mamá llamara a comer para contarle las buenas nuevas.

Se quitó los tacones y el sastre. Enderezó a San Antonio, habida cuenta de promesa cumplida, y se disponía a soltarse el sostén cuando se escuchó en toda la casa el grito poderoso: ¡Carlos Arturo, a comer!

 

Se alquila

(Una tarde en Nápoles - Paul Cézanne, 1875)

(Una tarde en Nápoles – Paul Cézanne, 1875)

El amor de los burdeles, sin sustancia, sin vida. El cariño tarifado a veinte o a diez. Amor de barra y cuplé entre copas vacías por tanta pendencia entre lo urgente y lo importante. Estoy aquí, comprando cosas para querer y tomo brandy como viejo marino que toca puerto y mañana se abre entre las olas. Me sacuden recuerdos añejos de otras casas y de otras meretrices dispuestas a todo, menos a abrir la boca en actitud de beso porque eso es lo único que una puta decente no hace: besar.

El cariño verdadero, como dice el pasodoble, ni se compra ni se vende; se alquila. Se quita hoy y se traslada mañana a otra parte, a otros brazos a otro precio. Viejos recuerdos de que tomo brandy y rostros de ayer que me olvidan para siempre.