Por Gusano Panteonero
I.
En mi pueblo sin pretensión
Tengo mala reputación
Haga lo que haga es igual
Todo lo consideran mal.
Yo no pienso, pues, hacer ningún daño
Queriendo vivir fuera del rebaño…
Tenía la versión en francés, pero me dan trabajo las erres (gutural). Además, no me iban a entender. Antes de comenzar quiero aclarar y declarar mi profunda admiración por los pobres diablos… por los que son capaces de pararse acá, frente a todos ustedes, a decir cosas de memoria.
No a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe (bis)
Todos, todos me miran mal
Salvo los ciegos, es natural.
//No soy cantor y tampoco poeta
Lo que traigo pa’ mostrar
Está entre la bragueta.//
Por esta y otras razones no soy poeta. No declamo, ni narro historias ajenas aprendidas de memoria. Gracias a la vida y, en particular, a mi abuelo soy lector. Y eso es lo que vengo a hacer acá, porque el actor nace bueno y la cuentería lo corrompe.
Cuando la fiesta nacional
Yo me quedo en la cama igual
Que la música militar
Nunca me pudo levantar
En el mundo, pues, no hay mayor pecado
Que el de no seguir al abanderado…
Mi crianza corrió por cuenta del abuelo, gracias al divorcio de mis padres. El viejo, que no terminó la primaria, era un lector consumado y poco experto en puericultura (para los que no saben, es el cuidado de los niños). Entonces, para entretenernos, a mi hermana menor y a mí, mientras mamá regresaba del trabajo, nos leía lo que tuviera a la mano. Fue así como a mis seis años conocí, sin entender un carajo, de las múltiples enfermedades de transmisión sexual de Boris, protagonista de “Trópico de Cáncer”.
También, por esta época, viví lo delicioso del divorcio: dos navidades, dos cumpleaños y regaños dobles.
– Papi, ya le escribí la carta al niño dios – dijo Juanito con la cara salpicada de felicidad.
– ¿Bueno, hijo y qué le pides? – Pregunta necia, pero pertinente en este caso. La respuesta, necia también, sale de los labios de Juanito casi sin pensar y cae como una piedra sobre el papá que prosigue -Entonces, ahora escríbeme una carta a mí, tu papá, pidiendo los regalos.
Junto al padre está la mamá al borde de las lágrimas.
– ¿Si ves, Alfredo? Vos podés ser buen papá si te lo proponés. Sólo es cosa de que pasés tiempo con el niño y le hablés. Estoy conmovida.
– Listo, hijo. ¿Ya están las dos cartas?
– Si papi.
– Dámelas. Ya veremos quién te cumple.
II.
Si en la calle corre un ladrón
Y a la saga va un ricachón
Zancadilla doy al señor
Y aplasto al perseguidor.
Eso sí que sí que será una lata
Siempre tengo yo que meter la pata.
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe (bis)
No dudo de la existencia de dios. Si tantos millones de pelotudos insisten en lo mismo, entonces, el equivocado soy yo. Otra cosa es que no confío en ese viejito que vive entre las nubes y que tiene diez reglas básicas. Cuando no las cumplimos nos vamos derechito al sitio de castigo que queda allá abajo. Ahí será todo horrible: punición eterna entre las brasas infernales. Si no cumplimos los mandamientos dios nos condena al sufrimiento perpetuo, pero nos ama.
Dios es amor, caprichoso y voluble (como el de las quinceañeras), pero amor al fin de cuentas. Y, además, necesita dinero. Siendo todopoderoso, no sabe manejar la plata y nos toca darle, ya sea el diez por ciento o lo que nos sobre, dependiendo de la secta.
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe.
Tras de mi todos a correr
Salvo los ciegos, es de creer.
Nací en un hogar católico, por lo tanto, nací pecador. Es algo que todavía no he logrado comprender. Dice el catecismo que todos nacemos con una culpa heredada, el famoso “Pecado original”, y de ahí la necesidad de bautizar a los niños apenas retoñan. Una cosa sí es segura: deberían cambiar el nombre de “Pecado original”, pues si lo tenemos todos no es muy innovador que digamos.
Mi abuelo decía que había que dejar ese pecado bajo llave y conservarlo como un tesoro pues, cuando uno se muere, en la burocracia celestial le piden el pecado original y tres copias.
A mí, con seguridad, me espera una eternidad en el purgatorio buscando el dichoso papel entre la maraña de infracciones cotidianas a ese decálogo de preceptos útiles para la vida. La vida aburrida, eso sí, porque qué sería de la existencia sin amar a más de una mujer por encima de dios y de todas las cosas (incluida la del prójimo). Qué sería del adolescente sin ese cotidiano pensamiento de asesinar a mamá y papá. Si lo más sabroso de esta existencia es dormir a pierna suelta la mañana del Jueves Santo y hacer el amor por la tarde para descubrir, jadeando de alegría, que nadie se quedó pegado. O el arte de mirar, asechar y robar. Robar esas miradas a las meseras de los cafés y los besos a las amigas que devolverán un insulto, pero soñarán con lo que pudo haber sido y no fue.
Ya sé con mucha precisión
Cómo acabará la función
No les falta más que el garrote
Para matarme como un coyote
A pesar de que no arme ningún lío
Con que no va a Roma el camino mío.
Que a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe (bis)
Tras de mi todos a ladrar
Salvo los mudos, es de pensar.